A pesar del auge que vive la industria editorial, los libros antiguos guardan aún un poder magnético irreductible. Tesoros de la biblioteca de todo bibliógrafo que se precie, el olor de sus páginas crea universos únicos a los que acceder contra la soledad. Pero, ¿cómo debemos tratarlos para preservar su valor emocional e histórico?
La mayor tortura de un bibliófilo que se precie no es sólo la de no poseer más libros de los que permite la superficie donde habita, sino la de ser incapaz de luchar contra la erosión del tiempo. Los libros —siempre en formato físico, sin sucedáneos digitales— poseen una imperceptible fragilidad que es proporcional a su valor. Del mismo modo que la opresión y la libertad, el yin y el yan, la fragilidad de un libro inflama su valor. Y es que, ¿quién no posee una primera edición de un libro que nadie leyó nunca, quizá ni tan siquiera nosotros mismos, custodiada como un tesoro de otro tiempo.
Antaño, registrar una antigua librería consistía en una labor casi espeleológica, pasando las manos a través de grutas de centenares de libros de todo tipo hasta dar con ese papel enmohecido que contenía un universo único. Sin embargo, la calidad de conservación de algunas de estas superficies podía acabar por destrozar el valor incalculable que encerraban. Motivo por el que comprar libros online —nuevos, pero también antiguos— es un poco más respetuoso para con su preservación. Pero, una vez tenemos el texto sagrado en casa, ¿cómo debemos conservarlo bien y por qué?
Evidentemente, resulta algo incomprensible pecar de anacronía apostando por libros cuyo imaginario, concepción social e incluso bagaje lingüístico poco tienen que ver con la contemporaneidad. De hecho, lo “natural” sería leer literatura actual, amarrar la cuerda al noray de nuestro tiempo presente. Más aún, en un momento en que el mundo no deja de advertir ingentes catálogos de novedades online como los que ofrecen este año editoriales de la talla de Malpaso y tantas otras. Así que, ¿cómo demonios compite un libro ajado y descolorido frente al olor a nuevo de lo contemporáneo?
Sólo quien posee un rincón para la literatura olvidada sabe la respuesta. Entre muchas otras, el aroma a humedad de la página revejecida, la tapa dura bordada con algún detalle dorado donde una geométrica psicodelia gótica obra su estrategia de marketing más efectiva. O quizá las anotaciones a mano de otros propietarios, dejando al lector absorto en la imaginación del ser querido a quien se dirigía, en si el libro fue un legado familiar importante o si, de casualidad, acabó en sus manos fascinando su universo. Porque ser heredero de lo intangible en lo tangible es el mayor de los regalos.
Por doquier, huraños y escurridizos, discurre toda una horda de bibliófilos dispuestos a descuartizar su sueldo en un puñado de libros viejos que, sin embargo, son todo lo que necesitan para vivir un poco más o un poco mejor. Encontrando incluso obsesos del detalle que saben apreciar los sutiles cambios de cada edición, tanto en diseño como en texto, orquestando en su compulsiva filia una explosión de euforia ante el hallazgo. ¿Que qué tiene de interesante un libro antiguo? Simplemente, que todavía exista contra el deterioro o el extravío y que, además, lo tengamos nosotros.
Para quienes hayan visto un par de capítulos de You, la popular serie de Netflix lanzada en 2018 basada en la novela de Caroline Kepnes, el misterio está zanjado. Como nos recuerda su protagonista, es importante colocar los libros siempre en vertical para no desestabilizar sus páginas, además de permitir cierta holgura entre éstas. Además, evitar la luz tanto solar como artificial —si es inevitable la segunda, que sea lo más tenue posible—, así como tener cuidado con la temperatura y la humedad del mismo modo que con su limpieza para evitar la acumulación de polvo. En caso de que nuestros libros sean terriblemente frágiles, optando por su conservación en cajas seguras.
Por otra parte, el modo en que manipulamos un libro antiguo también incide en su preservación. Por ejemplo, debemos tener cuidado a la hora de retirar el libro de su estante, evitando agarrarlo por la parte superior y tratando de hacerlo apretando sus tapas y con la mano situada en el centro de éstas y del lomo. Otro dato a tener en cuenta, especialmente para quienes acompañan su lectura de la liturgia del cigarro, es que el tabaco puede ser perjudicial también para los libros antiguos. Una mezcla de humo y de toxinas que, como bien sucede en los techos blancos del hogar, puede deteriorar el estado de nuestro tesoro literario.
Finalmente, en caso de que conservemos hojas y documentos antiguos junto con nuestros libros antiguos debemos tener mucho cuidado. Así como una encuadernación de papel o tela no debe estar cerca de una de cuero —los ácidos de la piel pueden afectar al material—, es recomendable preservarlos en carpetas o cajas. Además, debemos reducir nuestra contemplación al mínimo si están doblados, dado que una excesiva manipulación podría rasgar el papel. Pero, sobre todo, y aunque ello venga integrado en el arsenal emocional del buen lector, apreciar con amor y respeto este legado que, si dios quiere, será nuestra herencia para los bibliógrafos venideros.